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jueves, 7 de junio de 2012

Vivaldi • The Four Seasons (Dresden vers. with Winds) • L'Arte dell'Arco, Federico Guglielmo [only mp3 @ 320 kbps in the web]

Los diversos manuscritos vivaldianos redescubiertos en la última década más o menos nos han permitido ampliar nuestra imagen sobre el compositor italiano. Si hace algunos años el mayor descubrimiento fue su veta operística, no del todo novedosa, ciertamente, lo que sí resultó un pequeño tesoro fue su contacto con la Corte de Dresden y los músicos que allí colaboraban, como Johann Pisendel. Y la pequeña sorpresa fue descubrir cómo Il prete rosso incorporó a su música, estructurada sobre la base de una pequeña orquesta de cuerdas, exclusivamente, instrumentos ajenos a la tradición italiana, como los flautas, oboes, cornos y trompetas, que eran la especialidad de la orquesta de Dresden. Por eso, toparse con una versión que incluya esta clase de dotación instrumental, además de la consabida sección de cuerdas, sería todo un hallazgo... si es que no obviáramos el pequeño detalle que tal partitura no existe. La suposición del creador de esta notable versión, Federico Guglielmo, violinista del grupo L'Arte dell'Arco, debe juzgarse sobre los resultados, antes que sobre cualquier otro argumento. Y el resultado es asombroso, y exquisito.

Estamos hablando de una reconstrucción, o para decirlo con más precisión, de una reelaboración absoluta, pues, ¿cómo se reconstruye algo que al parecer nunca existió? Sin duda, a Horacio Franco, nuestro amigo flautista, esta versión le encantaría, si no es que ya la conoce. Las sonoridades son, por supuesto, muy distintas a las versiones normales, conocidas de sobra. Para empezar, toda la tensión dramática y discursiva que las cuerdas y el violín solo mantienen en las versiones originales, desaparece en esta versión. Algunos pasajes suenan bastante peculiares, como el final del Otoño, y la amplia sección de cornos de caza, que recuerdan más ciertas obras de Handel que la del propio Vivaldi. La única estación que no es arreglada con adiciones de este tipo es el Invierno, interpretado solo con cuerdas, el cual, sin embargo, tal vez por las demasiadas libertades y el contraste con las anteriores, suena bastante extraño, y uno no deja de pensar que siguiendo el criterio de los conciertos anteriores, podría haberse interpretado al menos con un oboe, o chalumeau, y flauta dulce, por decir lo menos, considerando que algunos de sus conciertos con molti strumenti incluían tal dotación instrumental. pero si uno considera que incluso Jordi Savall no fue capaz de conseguir un chalumeau en Cataluña o en toda España, mientras que en Italia Fabio Biondi sí, uno puede imagiarse que tal vez en este caso ni siquiera se plantearon tal posibilidad, y se fueron, como decimos en México, por la libre.

Como se le quiera ver, no tengo la menor duda en recomendar ampliamente esta grabación, que pese a todo, resulta notable, especialmente por la brillante e indetenible imaginación vivaldiana, la cual contrasta con la más bien aburrida y rutinaria de Giovanni Antonio Guido (c. 1660-d. 1728), un músico a todas luces inferior y de muy escaso interés, incluso con la brillante interpretación de L'Arte dell'Arco. Sus Scherzi armonici sopra le Quattro Stagioni del Anno, Opus 3, parecen de muy escaso interés, salvo para algún grupo de instrumentistas que buscan interpretar alguna rareza a cualquier costo. Sea porque se trata de una de sus primeras obras, o sea por cualquier otra razón, es bastante claro porqué hoy nadie recuerda al tal Guido, y nadie se interesa ya no se diga en tocarlo en concierto, sino incluso en grabarlo.

martes, 6 de marzo de 2012

Vivaldi • Gloria, Magnificat, Concerti • Alessandrini

En estos días se conmemoró uno más de los aniversarios del natalicio del que es, sin lugar a dudas, el músico italiano más popular del mundo, pese a que su música sufrió del olvido durante más tiempo del que lleva siendo una figura icónica de la música barroca: Antonio Vivaldi. Y nada mejor para recordarlo que hacerlo con una de las obras que mejor nos lo retratan: el Gloria. Obra sacra de enorme popularidad, que sin embargo aquí es presentada de una manera totalmente nueva, deslumbrante, y que acaso más de uno podría pensar se trata de un acercamiento totalmente alejado de los cánones conocidos en cuando a la música no sólo de Vivaldi, sino a la religiosa en general.

En efecto, la aproximación del prestigioso clavecinista y director de orquesta Rinaldo Alessandrini a esta obra canónica se aparta, de manera radical, de la casi siempre conocida interpretación un tanto recogida, para ofrecernos un cambio radical en su aproximación.

Los movimientos rápidos, empezando por el primero, son una explosión sonora casi demencial, y la aparenete velocidad con que es interpretada parece una auténtica fiesta, como tal vez debería ser un Gloria, un tipo de obra que no busca el recogimiento sino la celebración festiva. Esto parece entenderlo Alessandrini casi al pie de la letra, lo cual no significa que toda la obra sea interpretada de esta forma.

Si este primer movimiento resulta espectacular, pero que podría ser considerado poco respetuoso, y en general los movimientos rápidos son interpretados de manera mucho más rápido de lo que casi todas las orquestas que lo habían interpretado antes de esta, los movimientos lentos son interpretados de manera mucho más lenta que lo usual. Esto, lejos de proporcionar la iamgen sonora de un desequilibrio total, por el contrario, ofrece una perspectiva renovadora, pues esta alternancia de movimientos rápidos, festivos y alegres, altamente dinámicos, en contraste con otros más lentos, casi diríase dramáticos, surge no de un deseo de contraste sino de una comprensión tanto del texto latino y la intensión celebratoria, ausente por regla general de casi todas las demás interpretaciones, mucho más homogéneas y a veces rutinarias (donde todo lo tocan igual), sino de un aspecto adicional no siempre contemplado: Vivaldi no es un compositor del continente europeo: no es un alemán regido por el ascetismo protestante, ni un inglés que busca mantener una tradición inamovible, sino un compositor italiano, mediterráneo, donde el cielo azul y el clima necesariamente afectan y condicionan la relación del hombre con su medio. Al escuchar los vibrantes movimientos de esta versión es casi imposible no pensar en Monteverdi y los brillantes colores que las orquestas barrocas han puesto en evidencia en su música, de la misma manera que los restauradores han puesto en evidencia la brillantez y vivacidad de los colores de la Capilla Sixtina, alejándola de esa idea un tanto rembrandtiana de los colores oscuros y grisáseos a que nos acostumbraron los libros de arte y los documentales. Esta es una versión en verdad admirable, superior, en mi opinión, a prácticamente cualquier otra versión que me haya tocado escuchar. Una joya admirable, digna del autor que hoy celebramos.