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miércoles, 1 de febrero de 2012

Bartók • Konzert für Orchester · 4 Stücke Op.12 • Boulez, ChSO

Uno de mis compositores de cabecera y predilectos del siglo XX es el húngaro Béla Bartók, cuya música siempre ha sido un enigma para mí pues tal vez lo único que no se le pueda señalar es que esea hermosa o precisamente agradable, pero sin lugar a dudas tiene una fuerza expresiva y una poetancia tal que resulta deslumbrante y avasalladora. Y a lo largo del tiempo ha tenido grandes intérpretes. Uno de los más grandes, por supuesto, fue Herbert von Karajan, aunque yo no lo descubrí por él, sino por Mariss Jansons, cuya versión del Concierto para orquesta me parece insuperable. Y casi del mismo nivel (y esto puede sonar a una suerte de blasfemia) es esta de Pierre Boulez al frente de una de las mejores orquestas estadounidenses, la de Chicago, con quien el querido maestro francés ha grabado no sólo a Bartók, sino también a Stravinsky, Mahler y Debussy, entre otros.

La versión que nos entrega el querido maestro en este registro digital es simplemente impecable, y sin duda la combinación de una de las mejores orquestas del mundo con su siempre notable y precisa dirección es espectacular y deslumbrante desde cualquier perspectiva. Su legado en cuanto a la música del siglo XX en grabaciones de absoluta referencia no tiene comparación. Y su relación con la música Bartók es realmente fantástica y admirable. Como obsequio, les dejo también, el poema que le escribí en marzo de 1992.


ELEGÍA. BÉLA BARTÓK ESCRIBE SU TESTAMENTO

“Quiere llover afuera lo que adentro se oculta.
Nadie llámese a engaño si este templo ha callado,
en otros tiempos negras visiones crecieron
y sombrías melodías sembraron este roble para los elegidos,
los parias del silencio, los que su patria fundan
con la callada música de su eterno dolor,
este que aquí nos nombra.
Que no busque la aguja del Evangelio
quien no haya con su nombre la noche construido
y su innombrable numen de perlas incendiadas.
Quien tenga oídos, alce las manos todas y escuche:
¿No era bella la tierra de nuestras danzas patrias?
¿No era acaso allí donde nació todo este amor,
esta nostalgia pura por todo lo lejano?
Te nombro ahora, Patria, con tardías palabras
y este silencio que es tuyo y mío.
No hay ya palabras para nombrarte, Amada,
no más sonidos que los tuyos otorgados.

De lejos el amor es una luz que a veces guía,
es un ciego deseo de en silencio nombrarte.
Me diste amor y música, la de tu cuerpo extenso,
me diste estas dos manos —otras me enterrarán,
no las tuyas, sin duda—, y este silencio tuyo.
Como amor tú me diste, te doy sólo sonidos,
palabras sigilosas que sólo tú conoces.
Quien sepa oír que escuche este responso tuyo.

Nueva York, 1943”

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