Las obras escritas originalmente de
una forma y transcritas para otra distribución instrumental pueden causar
diversas reacciones, dependiendo, siempre, de los resultados. Las razones para
orquestar, por un lado, o para reducir una obra obedecen a diversas razones
también, y no están vinculadas al hecho simple y llano, comprobable hoy en día,
de la portabilidad que permiten las grabaciones discográficas. Más bien tienen
que ver con una tradición interpretativa que busca permitir al músico con
estudios la posibilidad de tocar una obra que de otra manera tal vez le estaría
vedada. Reducir una escritura sinfónica a un solo instrumento como el piano, o
a dos, como en este caso, siempre será controversial. Esto por un hecho de lenguaje. En
efecto, el lenguaje sinfónico tiene muchas más posibilidades expresivas porque
es el punto de origen, que la reducción de ese lenguaje al de cualquier otro u
otros instrumentos solistas. Lo contrario también puede suceder. Esta
transcripción de la séptima sinfonía de Mahler para dos pianos no puede ser
sino considerada como una rareza, un ejemplo de las virtudes y limitaciones de
esta clase de ejercicios, y es difícil señalar que el resultado sea plenamente
justificable. ¿Qué queda de la escritura original al reducirla a dos
instrumentos idénticos? En otro sentido, podría verse como un giro sarcástico
del destino hacia Mahler, quien hizo algo similar en sentido inverso, al
orquestar el cuarteto de cuerdas La
muerte y la doncella de
Schubert, rompiendo el equilibrio, la sobriedad y el tono recogido y
melancólico de la obra en aras de crear un monstruo orquestal acorde a su gusto. Portada cortesía de la casa.
http://www.mediafire.com/?5mvuovcne492ugk
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